Celos en el Matrimonio

Categoría: Celos | Hogar | Matrimonio

Fecha Publicación: Ago 14, 2025

Parte 1

La Familia Cristocéntrica

Por Luis Felipe Torres M. 2025©

Pasaje Clave: Gálatas 5:19-21 Y manifiestas son las obras de la carne… celos, iras, contiendas, disensiones, …

Introducción

En el diseño divino para el matrimonio, la confianza y el amor que “todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:7) son el fundamento. Sin embargo, cuando permitimos que los celos amargos y la contención echen raíces en nuestro corazón, abrimos la puerta a una fuerza destructiva que, como advierte la Escritura, trae “perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3:16). Este tipo de celo no es el celo santo de Dios por su pueblo, sino una manifestación de la carne que envenena la intimidad, ahoga la confianza y puede llevar la relación a un colapso. Los siguientes retratos ilustran dolorosamente cómo este sentimiento, lejos de proteger el pacto matrimonial, se convierte en el principal enemigo de la unidad y la paz que Dios anhela para cada pareja.

  • El esposo llegando de su trabajo, cansado y con ganas de encontrar paz en su hogar, y su esposa inicia el interrogatorio acostumbrado: ¿con quién hablaste hoy? ¿Quiénes son esas mujeres que llegan a tu negocio? ¿por qué le sonreías a la vecina?
  • O la situación en la cual la esposa es observada por otros hombres en la calle y el esposo se enoja grandemente con ella por esto, donde incluso la lastima y la hiere con palabras desagradables, bajando su autoestima y quintándole valor a su persona. Este hombre tiene celos amargos contra sus vecinos, amigos, primos, compañeros de trabajo y cuantos hombres se crucen con ella. Atascado en la ira y la autocompasión, permitía que los celos perjudicasen sus emociones y su matrimonio. Sintiéndose ahogada y acusada injustamente, su esposa se distanciaba de él, lo cual le hacía sentir pánico, porque pensaba que su esposa lo iba a abandonar o a tener una aventura. Así, su conducta celosa aumentaba la probabilidad de que se cumplieran sus predicciones ominosas.

Definiciones

Los celos son una mezcla de pensamientos y sentimientos negativos (sobre la vida y las relaciones), llenos de inseguridad, ansiedad y temor. Típicamente, en un caso de celos participan tres personas. La persona celosa se concentra en un rival (normalmente sin justificación) al que considera un competidor por la atención de la persona amada. Aunque el rival es el objeto del odio y de la oposición que en ocasiones son intensos, casi siempre los residuos de los celos acaban desbordándose y afectan la relación con la persona amada. Muchos divorcios, relaciones familiares rotas y sociedades comerciales fracasadas son el resultado de unos celos y unas sospechas indestructibles.

Los celos y la envidia son hermanos, los hijos perversos de una mezcla tóxica de ira, inseguridad con base ansiolítica y el hábito obsesivo de compararse con otros (y normalmente, salir perdiendo en la comparación).

En la mayoría de episodios de celos, hay también una raíz de miedo, el temor a perder el amor o la alabanza de la persona amada.

La Biblia dice que los celos destructivos son como un torrente si no se encauzan y se dominan (Pr. 27:4). El amor obsesivo, concentrado y consumidor que es “fuerte como la muerte” produce fácilmente unos celos que son “tenaces como el sepulcro” (Cnt. 8:6).

Sin embargo, los celos no son siempre malos en sí mismos. Las Escrituras describen al Señor como “Dios celoso” (Éx. 34:14), que derrama su ira sobre cualquier cosa que usurpe su nombre y su autoridad. Dios está celoso por su Iglesia (2 Co. 11:2), y Pablo nos advierte que no provoquemos los celos de Dios al apartarnos de Él y volver a los ídolos (1 Co. 10:20–22).

Dios siente celos de que le abandonemos y vayamos tras los ídolos, de modo que los celos tienen un papel legítimo. El matrimonio, o cualquier compromiso profundo con una relación, crearán un sentimiento sólido de apego. Dentro de este contexto, la ausencia de cierto grado de celos puede significar que la persona carece de interés por la relación y de compromiso con esta. De hecho, en ocasiones hay buenos motivos para los celos. La conducta reservada de un cónyuge o un tiempo injustificado que pasa fuera del hogar, pueden dar pie a una preocupación legítima.

Sin embargo, cuando se llevan a un extremo, los celos patológicos pueden dominar una relación. Algunos cónyuges, habiéndose enfrentado en su infancia a abusos o abandonos, aportan esta patología a su matrimonio. Los conflictos no resueltos del pasado pueden ser la inercia de un círculo vicioso de celos disfuncionales. Por ejemplo, un cónyuge con celos crónicos usará la autocompasión, mentiras, amenazas y otras formas de manipulación para controlar una relación. Cuando el otro se resiste, la persona celosa reacciona volviéndose más controladora. Si la otra persona sigue resistiéndose, confía en un amigo o busca ayuda fuera de la relación, esto puede alimentar más los celos y las predicciones catastrofistas. Este ciclo consumidor aumenta la velocidad y va directo a la catástrofe[1].

Ahora, importante reconocer también, según algunas estadísticas, que un 85% de las mujeres que tuvieron la corazonada de que sus maridos le eran infieles estaban en lo cierto[2].

Algunos consejos sabios a considerar

CÓMO ENFRENTAR LOS CELOS EN EL MATRIMONIO; UN ENFOQUE BÍBLICO: El yugo matrimonial exige una respuesta piadosa cuando uno de los cónyuges es asediado por el pecado de los celos. La forma de proceder debe estar anclada en la sabiduría de la Escritura, la autoevaluación honesta y una firmeza amorosa.

  1. EL DEBER DE LA AUTOEVALUACIÓN Y LA SANTIDAD PERSONAL: Ante la acusación de un cónyuge celoso, el primer paso es un examen de conciencia riguroso y humilde, siguiendo el mandato de Cristo: “¿por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3). La persona acusada tiene el deber ineludible de preguntarse si, con o sin intención, su conducta ha sido imprudente, ambigua o ha dado lugar a una apariencia de mal (1 Tesalonicenses 5:22). Si se descubre alguna conducta inapropiada —desde conversaciones indebidamente íntimas con terceros hasta una falta de transparencia—, el arrepentimiento y la corrección deben ser inmediatos y radicales. No se trata de una simple concesión para apaciguar al otro, sino de un acto de obediencia a Dios. El objetivo es amar activamente al cónyuge al no serle “piedra de tropiezo” (Romanos 14:13) y, sobre todo, honrar el pacto matrimonial, cuyo lecho debe ser “sin mancilla” (Hebreos 13:4). Aumentar las muestras de afecto y el compromiso visible no es una opción, sino una parte esencial de la restauración del pacto.
  2. LA CONFRONTACIÓN DEL PECADO CON VERDAD Y AMOR: Si, tras un examen sincero, el cónyuge acusado concluye que su conducta es irreprensible y las acusaciones son falsas, el enfoque debe cambiar. Los celos amargos y la envidia no son meros problemas emocionales; la Biblia los clasifica como obras de la carne (Gálatas 5:19-21), pecados que se oponen directamente al fruto del Espíritu. En este caso, ceder ante las acusaciones falsas, la manipulación o el control es hacerse cómplice del pecado del cónyuge y permitir que este se arraigue. La respuesta bíblica no es la sumisión pasiva al error, sino la confrontación amorosa. Es imperativo “hablar la verdad en amor” (Efesios 4:15), abordando el problema con claridad, mansedumbre y firmeza. El objetivo no es ganar una discusión, sino restaurar al hermano o hermana que ha caído (Gálatas 6:1). Si el diálogo directo es infructuoso debido a la ira o la amargura, buscar la consejería bíblica o la intervención de los líderes de la iglesia es el paso bíblicamente ordenado (Mateo 18:15-17).

Pasos prácticos

  1. OBEDEZCA AL CONSEJO PIADOSO: La necedad se deleita en su propia opinión, “mas el que obedece al consejo es sabio” (Proverbios 12:15). Si hermanos maduros en la fe, sus pastores o su propio cónyuge le han señalado una tendencia a los celos, considérelo una advertencia misericordiosa de Dios. Deseche el orgullo defensivo y reciba la corrección como una oportunidad para la santificación. En la “multitud de consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14), y despreciar su perspectiva es caminar hacia la ruina.
  2. CONFIESE SU PECADO ANTE EL TRONO DE LA GRACIA: La primera reacción carnal es negar la acusación: “¡No soy celoso!”. La respuesta del Espíritu es la autoevaluación honesta y la confesión. En lugar de justificarse, acuda a la Escritura y hágase preguntas penetrantes delante de Dios, como lo hizo el salmista:
    1. Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24).
    1. ¿Busco controlar a mi cónyuge, exigiendo un informe de cada uno de sus actos y pensamientos?
    1. ¿Mi amargura y sospecha están envenenando el hogar que Dios me ha llamado a edificar?
    1. ¿Estoy idolatrando la seguridad en mi cónyuge en lugar de hallar mi suficiencia en Cristo?
    1. Si la respuesta a estas preguntas revela pecado, confiéselo sin excusas. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
  3. SOMÉTASE A LA SOBERANÍA Y LA PALABRA DE DIOS: La raíz de los celos es la incredulidad en la soberanía, la bondad y el poder de Dios. Combata este pecado no solo con oraciones esporádicas, sino sumergiéndose en la verdad de la Palabra. Pida a Dios, quien da sabiduría abundantemente (Santiago 1:5), que reemplace su necesidad de control con un descanso absoluto en Su perfecto plan. Su seguridad no reside en la fidelidad de un ser humano falible, sino en el carácter inmutable de un Dios que es siempre fiel. La paz que “sobrepasa todo entendimiento” guardará su corazón y sus pensamientos, pero solo “en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).
  4. LLEVE CAUTIVO TODO PENSAMIENTO A LA OBEDIENCIA A CRISTO: Los celos son una batalla que se libra en la mente. Por lo tanto, debe aplicar el mandato apostólico: “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5). Cuando un pensamiento de sospecha, ansiedad o acusación surja, reconózcalo como un ataque del enemigo. Deténgase. En lugar de darle rienda suelta, sométalo inmediatamente a la autoridad de Cristo mediante la oración y la meditación en la verdad. Reemplace activamente la mentira del enemigo con la verdad de Dios. “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Piense en las virtudes de su cónyuge, en la gracia de Dios en su matrimonio y en la fidelidad de Cristo.
  5. REEMPLACE EL PECADO CON OBRAS DE JUSTICIA Y AMOR: El arrepentimiento verdadero se demuestra con frutos (Mateo 3:8). La fe, si no tiene obras, “es muerta en sí misma” (Santiago 2:17). Por lo tanto, después de confesar el pecado de los celos y someter sus pensamientos a Cristo, debe actuar. “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32).

Conclusión

En lugar de controlar, sirva. En lugar de acusar, afirme. En lugar de sospechar, demuestre un amor sacrificial. Una palabra amable, un acto de servicio inesperado o una oración sincera por su cónyuge no son meras técnicas para mejorar una relación; son la evidencia de un corazón que está siendo verdaderamente transformado por el poder de Dios para Su gloria.


[1] Clinton, T., & Trent, J. (2014). Manual de consulta sobre el matrimonio y la familia (D. Menezo, Trad.; Vol. 2, pp. 22-23). Editorial Portavoz.

[2] Ruth Houston, “Infidelity Advice”, http://www.infidelityadvice.com; “Infidelity”, http://www.menstuff.org/issues/byissue/infidelity.html.

Luis Felipe Torres Muñoz

Un servidor de Cristo en la iglesia de Cristo Manizales, cristiano desde el año 1999, Casado con una gran mujer, Juliana Arboleda y bendecido con 2 hermosos hijos, Maria Camila y Juan Felipe, con el deseo firme de servir a Dios con todo mi corazón. Rogando a Dios su favor siempre y misericordía para con cada uno de mis hermanos y mi persona.

SIMILARES A ESTA PUBLICACIÓN

0 comentarios

Share This
0:00
0:00