Un joven llega donde el pastor y dice: – ¡Pastor no iré más a la iglesia!
El pastor entonces respondió: – ¿Pero por qué?
El joven respondió: – ¡Ah! Yo veo a la hermana que habla mal de otra hermana; El hermano que no lee bien; El grupo de canto que vive desafinado; Las personas que durante los cultos se quedan mirando el celular, entre tantas y tantas otras cosas equivocadas que veo hacer en la iglesia.
El pastor le dijo: – ¡Bien! Pero antes, quiero que me haga un favor: tome un vaso lleno de agua y de tres vueltas por la iglesia sin derramar una gota de agua en el suelo. Después de eso, puedes salir de la iglesia.
Y el joven pensó: ¡muy fácil!
Y dio las tres vueltas conforme al Pastor le pidió. Cuando terminó dijo: – Listo pastor.
Y el Pastor respondió: – Cuando estabas dando las vueltas, ¿has visto a la hermana hablar mal de la otra?
El joven: – No
¿Has visto a la gente reclamar unos de otros?
El joven: – No
¿Usted vio a alguien que miraba móvil?
El joven: – No
¿Sabes por qué?
– Usted estaba enfocado en el vaso, para no inclinar el agua.
Lo mismo es en nuestra vida. Cuando nuestro foco es nuestro Señor Jesucristo, no tendremos tiempo de ver los errores de las personas.
¿Qué dice la palabra de Dios?
Hebreos 12:2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
El cristiano corre en la vida de fe para encontrarse finalmente en la meta con Jesús. Por eso se demanda que el corredor en la carrera de la fe ponga sus ojos en Jesús. Nuestro Señor es final de la etapa de vida, pero es también el camino único que conduce a la victoria final (Jn. 14:6). Toda vía más, el que es camino, verdad y vida, ha dejado marcada con sus propios pasos la senda en donde el creyente corre la carrera de la fe: “… dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas” (1 P. 2:21)[1].
No hay posibilidad de alcanzar el triunfo final en la vida de la fe a no ser que la mirada del creyente esté puesta fijamente en Cristo, como meta, senda y ejemplo a seguir. La exhortación tiene dos aspectos: Por un lado está la demanda de ἀφορῶντες, mirar a lo lejos, como se traduce “puestos los ojos”, al premio de la fe. Por otro está la demanda de apartar la vista de todo lo que pueda distraer para fijarla solo en Jesús. No es una novedad que se establece aquí, porque ya se pusieron antes ejemplos de la vida victoriosa en la carrera de la fe, de quienes se sostuvieron “como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27). El Invisible se hace visible para el cristiano en Jesús, que aunque no se ve con los ojos naturales, sí se ve con los de la fe. Este mirar a Jesús constituye el ejemplo supremo en la vida de la fe, del que no se puede desviar la atención si se desea alcanzar la victoria, porque todo creyente es “más que vencedor” por medio de Él (Ro. 8:37). El secreto del triunfo se alcanza sólo en la vinculación con Cristo, “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús” (2 Co. 2:14). La advertencia del Señor también es firme: “Separados de mí, nada podéis hacer” (Jn. 15:5). No importa cual sea el discurrir de la senda en la carrera de la fe, si el creyente descansa firmemente en Jesús y vive la vida de Él por medio de la fe, siempre tiene a disposición los recursos para una vida victoriosa, pudiendo decir como el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). El final de la carrera de la fe en la disposición establecida para llevarla a cabo, garantiza el triunfo final, que puede expresarse en las palabras del mismo apóstol: “He peleado la batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7)[2].
¿Dónde tiene usted puesta la mirada?
[1] Pérez Millos, S. (2009). Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Hebreos (p. 709). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.
[2] Pérez Millos, S. (2009). Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Hebreos (p. 709). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.
0 comentarios